Jesús vivió una realidad cuyas instituciones de gobierno producían cada vez más «pobres» y «víctimas». Y donde las autoridades religiosas sólo ofrecían una vida de fe que se reducía al rezo de devociones y la asistencia al culto para ofrecer sacrificios. En medio de estas condiciones, Jesús aprendió de Juan el Bautista que el proyecto de nación en el que él vivía, había fracasado. No obstante, Jesús no responde con los mismos criterios que el Bautista. No espera un juicio divino, ni anuncia la muerte de nadie. Él comienza a anunciar una buena nueva que acontecería cuando el odio y la violencia se aparten de los pensamientos y de los corazones. Como lo recordó una vez Nelson Mandela: "no se trata de pasar la página, sino de volver a leerla, pero esta vez juntos". Leerla sin absolutizar el poder y la riqueza, sin humillar ni violentar al que piensa distinto. Leerla con la compasión de quien perdona y rechaza toda forma de violencia. Pero leerla confiando en Dios antes que en el poder del dinero y del cargo. En fin, «hoy» debemos discernir juntos la realidad que vivimos para que no existan más «pobres, presos, ciegos y oprimidos», y aprendamos a hacernos cargo de la creación como servidores de humanidad y luchadores por la justicia, como nos recuerdan las Bienaventuranzas. Jesús entendió que sólo cuando nos entregamos los unos a los otros en el servicio fraterno y la lucha por la justicia, podrá brotar nuevamente la luz y quedarán sanadas las heridas que una vez nos dividieron.
Adaptado de RAFAEL LUCIANI, EL UNIVERSAL, miércoles 22 de mayo de 2013
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