
Escucharlos y ponerlos en práctica no significa alienarse, sino encontrar el auténtico camino de la libertad y del amor, porque los mandamientos no limitan la felicidad, sino que indican cómo encontrarla. Todos los actos externos, el culto, los ritos y todos los sacrificios unidos no tienen el valor de un simple acto de contrición, de una simple y sencilla oración que nazca del corazón y que diga: "Señor, ten piedad de mí, porque soy un pecador... un corazón contrito y humillado tú, Oh Dios, no lo desprecias". Cuántos nos hemos olvidado de esto y cuántos pensamos que para tranquilizar la conciencia basta con un acto externo o con una limosna. Señor, erróneamente existe la tendencia de pensar que así como el agua y el aceite no se mezclan, tampoco lo hacen tus mandamientos y la felicidad. Por eso, con diligencia voy adormilando mi conciencia, y sutilmente hago a un lado todo lo que implique renuncia, esfuerzo, sacrificio.
Gracias por recordarme que me ofreces tu gracia y amor para ser fiel siempre a tu ley, que tiene como fundamento el amor.
Adaptado de: Buenaventura Acero | Fuente: Catholic.net
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