El evangelio relata
que un día de tempestad en que los apóstoles estaban pescando, Jesús vino hacia
ellos caminando sobre el mar. Entonces Pedro creyendo que era el Señor, le
dijo: mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Jesús le respondió:
ven. Pedro bajó de la barca y se echó a andar sobre el agua acercándose a
Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse
y gritó: Señor, sálvame. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
Cristo nos dijo que si queríamos seguirlo deberíamos tomar nuestra cruz e ir detrás de Él. Nunca
nos habló de triunfos rápidos y fáciles, al estilo del mundo. Más bien, nos
alertó ante el desaliento de la prueba, pero nos aseguró, al mismo tiempo, la
fuerza para vencerla: "En el mundo habréis de encontrar tribulación, pero
confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). Al ver a Jesús andar sobre
las aguas por su propio poder debe llenarse nuestra alma de confianza y
seguridad: a pesar de todas las dificultades del mar, de todos los vientos y
tempestades, si vamos con Cristo, todo lo podemos. En su nombre, también nosotros
podemos caminar sobre las aguas. Lo importante es tener fe en Él, confiar en la
fuerza de su palabra y no aceptar dudas. Hemos de mirarlo a Él sin ponernos a considerar
el viento y el mar.
Sólo cuando bajamos
los ojos de su Persona y nos miramos a nosotros mismos, empezamos a hundirnos,
como Pedro.
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