San Agustín fue educado cristianamente por su madre, Santa
Mónica.
Cuando se hizo adolescente comenzó a caer en errores graves
y en llevar una vida moral lejos de Dios. Sus errores consistieron
principalmente en el planteamiento equivocado de las relaciones entre la razón
y la fe.
Después de años de buscar la verdad sin encontrarla, con la
ayuda de la gracia que su madre imploró constantemente llegó al convencimiento
de que solo en la Iglesia católica encontraría la verdad y la paz para su alma.
Comprendió que fe y razón están destinadas a ayudarse mutuamente para conducir
al hombre al conocimiento de la verdad, y que cada una tiene su propio campo.
Llegó al convencimiento de que la fe, para estar segura, requiere la autoridad
divina de Cristo que se encuentra en las Sagradas Escrituras.
Como consecuencia de este desvelo materno, aunque hubo unos
años en que estuvo lejos de la verdadera doctrina, siempre mantuvo el recuerdo
de Cristo, cuyo nombre había bebido con la leche materna. Cuando, al cabo de
los años, vuelve a la fe católica afirmó que regresaba a la religión que le había sido
imbuida desde niño y que había penetrado hasta la médula de su ser.
Esa educación primera es el
fundamento firme de la fe, a la que muchos han vuelto después de una vida quizá
muy alejada del Señor.
Eso es lo importante de educar los hijos en la fe
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