No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás
puede serlo.
Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores
reservados a los reyes de la tierra, a quienes tienen poder, a quienes dominan; entra
para ser azotado, insultado y ultrajado.
esús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es
precisamente aquí donde resplandece su ser rey. Sois príncipes, pero
de un rey crucificado. Ese es el trono de Jesús.
Nunca os
dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de
tener muchas cosas, sino de haber encontrado a Jesús. Nosotros
acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que él nos
acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría,
la esperanza que hemos de llevar en este mundo nuestro. ¡No os dejéis
robar la esperanza que nos da Jesús!.
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