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Quiero compartir con todos los lectores, estas pastillitas, que mi hermano mayor me regala casi todas las mañanas. Reúnen las cualidades de ser profundas pero sencillas , de rápida lectura y de acción prolongada en sus beneficios , gracias Germán .

lunes, 7 de julio de 2014

EL COBIJO DE DIOS

Siendo niña vi una vaca que gemía de dolor para parir su becerro. Entonces, papá metió su brazo en el vientre del animal e hizo un giro al pequeñito atascado. Al retirar su brazo el becerro fue asomándose hasta que salió completamente, dio unos cuantos traspiés y se dirigió exactamente debajo de su madre para mamar.


A diferencia de los animales, los seres humanos debemos ser protegidos y cuidados por nuestros progenitores porque al nacer no contamos con la capacidad de ir hacia ellos. Luego, crecemos y un buen día levantamos vuelo para formar nuestro propio nido, para comenzar un nuevo ciclo, para parir nuestros propios hijos, para amamantarlos en nuestro regazo, para tener nuestro propio refugio.

Este nido de amor que constituye la familia puede albergarnos siempre. Dios, en su diseño divino de la raza humana nos ha dado el inmenso privilegio de ser familia. El es su creador, el fundamento de ella.

Por eso, siempre, más allá de nuestra familia está Dios. Él ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin. Su consuelo puede hacerse palpable en cada paso del camino, pues Él está al alcance de una oración, de un pensamiento que se eleve hacia su presencia. En los instantes de alegría, en la hora de la tristeza, Dios puede estar con nosotros. Nuestras almas le anhelan, pero nuestras mentes se desvían de su camino, distraídas por toda clase de ofertas de efectos instantáneos que nos ofrece el mundo. Pero como aquel becerrito siempre debemos caminar hacia nuestro creador, con la seguridad de que siempre encontraremos el amoroso cobijo de Dios.



Adaptado de: Rosalía Moros De Borregales. El Cobijo De Dios. El Universal. 5 de julio de 2014

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