Miguel de Unamuno, filósofo y literato español del siglo pasado, de temperamento ardiente y apasionado, muy combativo y enérgico, padeció dramáticos conflictos interiores y tremendas agonías en su fe por no querer aceptar con humildad y sencillez la realidad de su condición. Cuando al fin de su vida reconocía su debilidad, lo expresó con estos versos:
Agranda la puerta, Padre
porque no puedo pasar;
la hiciste para niños,
y yo he crecido a mi pesar.
Si no me la agrandas,
achícame a mí, por piedad;
vuélveme a la edad bendita
en la que vivir es soñar.
Gracias, Padre, que ya siento
que se va mi pubertad;
vuelvo a los años rosados
en los que era niño, y nada más.
Adaptado de Sergio Córdova. Catholic.net
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