Quien
ha trabajado en el campo comprende perfectamente la parábola de “El Sembrador”.
Y es que no basta con tirar la semilla para cosechar frutos abundantes. Hay que
elegir el terreno. Hay que preparar la tierra. Hay que cuidar la semilla y
tirarla a tiempo. Hay que regar, quitar las malas hierbas y, hay
que cosechar en el momento oportuno. Sembrar y cosechar implica lucha, trabajo, esfuerzo.
Es ley de vida. A veces cuesta. Lo importante, no es tanto lo que hacemos, sino
el amor con el que obramos. Cuando hay amor, Dios bendice y nos premia, aun si
en muchas ocasiones no lo parece a primera vista.
La inmensa mayoría de
las personas no lucha por «ser» alguien, sino por «tener» algo; no se apasionan
por llenar sus almas, sino por ocupar un puesto; no se preguntan qué tienen por
dentro, sino qué van a ponerse por fuera. Tal vez sea ésta la razón por la que
en el mundo hay tantas marionetas y tan
pocas personas. Hay que amar la lucha. Luchar y seguir luchando cuando nos
cansemos.
Para lograr estar
siempre en la «lucha» necesitamos oración, mucha oración.
Adaptado de Xavier
Caballero | Catholic.net
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