Aquella mañana dos discípulos salieron de Jerusalén a una aldea llamada Emaús, que distaba unos doce kilómetros. Mientras andaban conversaban sobre las cosas que habían ocurrido en aquellos días.
En un cruce del camino se les unió un desconocido que se tomó la confianza de preguntarles:
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- ¿No te has enterado de los acontecimientos de estos días?
- ¿Cuáles? -preguntó el recién llegado.
- Lo de Jesús Nazareno -le aclaró uno de ellos
Después de contar lo que le habían hecho, concluyó:
- Nosotros esperábamos que fuera Él quien tenía que redimir a Israel, pero... Es verdad que unas mujeres nos han atemorizado esta mañana contando que habían tenido unas visiones, y alguno de los nuestros han ido al sepulcro y lo han encontrado vacío; pero a Él no lo han visto.
El desconocido les dijo:
- ¡Qué tardos de corazón sois para creer! ¿No está escrito que el Cristo tenía que padecer para entrar en la gloria?
Y empezando desde Moisés fue repasando todos los profetas, explicándoles todo lo que habían dicho sobre el Mesías.
Así llegaron a la casa. El desconocido hizo ademán de seguir, pero le insistieron para que se quedara con ellos, ya que el día empezaba a declinar. Entró y, estando sentados a la mesa, tomó el pan, lo bendijo y lo repartió entre ellos partiéndolo. Como si repentinamente se les hubieran abierto los ojos, vieron que era Jesús, y desapareció de su vista.
Inmediatamente emprendieron el regreso a Jerusalén, para contar gozosos todo lo que les había ocurrido.
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QUE TARDÍOS SOIS PARA CREER
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