Un náufrago estuvo a la deriva durante varios días. Al
recuperarse contó que el peor error que había cometido fue beber agua marina lo que
lejos de saciarle la sed, le hacía sentir más sed por la sal y la arena que entraba a
su cuerpo aumentando su deshidratación.
Muchas veces cuando sentimos sed de amor, cariño,
comprensión, verdad o atención, buscamos calmarla con cosas que lejos de saciarnos,
nos dejan peor que antes. Así, el solitario se refugia en otro más solitario;
el falto de amor lo busca en los placeres y la vida desenfrenada; el
incomprendido se refugia en vicios y mal carácter para llamar la atención.
Deja de llenar tu cuerpo de agua salada. Llénalo con agua
del Señor, recuerda su promesa: “mas el
que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que
yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Juan 4,14
.
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