
Muchas veces cuando sentimos sed de amor, cariño,
comprensión, verdad o atención, buscamos calmarla con cosas que lejos de saciarnos,
nos dejan peor que antes. Así, el solitario se refugia en otro más solitario;
el falto de amor lo busca en los placeres y la vida desenfrenada; el
incomprendido se refugia en vicios y mal carácter para llamar la atención.
Deja de llenar tu cuerpo de agua salada. Llénalo con agua
del Señor, recuerda su promesa: “mas el
que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que
yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Juan 4,14
.
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