Desde el principio del cristianismo ha criticado la tendencia
a creer que solo la fe es suficiente para salvarse. La fe no es una ideología,
la fe no es palabrería, la fe tiene que traducirse en formas concretas de
actuar y de vivir. Por ejemplo, si creo en Jesús como mi Dios y mi Señor
entonces no puedo ser violento, no puedo pisotear a nadie, no puedo hacer que
mi rabia me lleve a negarle la razón a otro. La fe trae consecuencias, la fe me
hace ser un hombre de paz, me hace ser un hombre que perdona, un hombre que se da por los demás. Por eso cuando decimos “no al
aborto” "no al divorcio" lo decimos como consecuencia de nuestra fe, no porque estemos apegados
a tradiciones del pasado.
Otra consecuencia de
la fe, es que vivo confiado en las
manos de Dios. Aunque la noche sea oscura, aunque los embates de las
olas sean fuertes, aunque no haya que comer; no puedo perder el control,
tengo que seguir luchando, seguir batallando, seguir hacia adelante.
No podemos
vivir la fe como una experiencia que se limita a cumplir con las
prácticas litúrgicas, la fe es una realidad que tengo que expresar en todo los
espacios en que esté: en el trabajo, en mi familia, en mis diversiones.
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