Un día, regresando del colegio y yendo a buscar a mi madre que trabajaba de cocinera me conseguí un billete de 50 bolívares. Cuando vi a mi madre le dije: "Mamá, mira lo que encontré". Mamá agarro el billete, lo metió en su delantal y no me dijo nada.
A eso de las 6 de la tarde llegó mi mamá con una bolsa, la puso encima de la mesa, y me dijo: "Mira lo que compré con lo que encontraste; seis kilos de chuletas de cochino. Ahora sí vamos a comer carne por un buen tiempo. Y todavía me sobraron 16 bolívares".
Mi padre los tomó, y al siguiente día, compró tres botellas de vino tinto y con toda la felicidad del mundo reflejada en su cara nos dijo: "Miren, tenemos unos riojas, para acompañar esas chuletas".
Una noche sí y una no, comíamos cada uno una chuleta de cochino, con arroz blanco acompañado de un vaso de rioja tinto. ¡Qué gran festín; mi papá, mi mamá, yo, una chuleta de cochino con un plato de arroz y un vaso de vino tinto!
Hoy, después de haber recorrido algunos de los mejores restaurantes del mundo, y de haber probado todas las chuletas de cochino puedo decir que nunca me encontré ninguna tan sabrosa como aquellas que en aquella ocasión hizo mi madre. No sé si serán las chuletas, el aceite, el vino, mis padres, o los 50 bolívares o quizás sea todo junto, ¡pero nunca volvió a ser igual. Y siempre que como chuleta se me viene a la mente eso que me decía mamá: "Carlos, no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita". ¡Soy millonario!
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