La imagen de la puerta estrecha aparece varias veces en el Evangelio y se remonta a la de la casa donde vivimos, donde encontramos seguridad, amor y calor. Jesús nos dice que hay una puerta que nos hace entrar en la familia de Dios, en el calor de la casa de Dios, de la comunión con Él.
Esa puerta es el mismo Jesús. Él es el pasaje para la salvación. Y la puerta que es Jesús jamás está cerrada. Está siempre abierta para todos sin distinción, sin exclusiones, sin privilegios. Jesús no excluye a nadie. Alguno de ustedes quizá podrá decirme, pero padre, yo estoy excluido porque soy un gran pecador. No, no estás excluido. Precisamente por esto eres el preferido. Porque Jesús prefiere al pecador, para perdonarlo, para amarlo. Jesús te está esperando para abrazarte, para perdonarte. No tengas miedo. Él te espera. Anímate, ten coraje para entrar por su puerta.
No tengamos miedo de atravesar la puerta de la fe en Jesús, de dejarlo entrar cada vez más en nuestra vida, de salir de nuestros egoísmos, de nuestras cerrazones, de nuestras indiferencias hacia los demás. Ciertamente la de Jesús es una puerta estrecha, no porque sea una sala de tortura sino porque nos pide abrir nuestro corazón a Él, reconocernos pecadores, necesitados de su salvación, de su perdón, de su amor, de tener la humildad de acoger su misericordia y hacernos renovar por Él. Por la puerta estrecha que es Cristo debe pasar toda nuestra vida.
Adaptado del Papa Francisco
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