La predicación del Señor atraía por su sencillez y por sus
exigencias de entrega y amor. Los fariseos le tenían envidia porque la gente se
iba tras de Él. Esa actitud farisaica puede repetirse entre los cristianos: una
dureza de juicio tal que no acepte que un pecador pueda convertirse y ser
santo; o una ceguera de mente que impida reconocer el bien que hacen los demás
y alegrarse de ello.
Prostitutas, enfermos, mendigos, maleantes, pecadores.
Cristo no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores, y por eso, fue
signo de contradicción. Llegó rompiendo esquemas, escandalizando, amando hasta
el extremo. Jesús se rodeaba de los sedientos de Dios, de los que estaban
perdidos y buscaban al Buen Pastor. Esto no significa que el Señor no estime la
perseverancia de los justos, sino que aquí se destaca el gozo de Dios y de los
bienaventurados ante el pecador que se convierte, que se había perdido y vuelve
al hogar. Es una clara llamada al arrepentimiento ya.
Si caes otra vez no te
desesperes, humíllate y acude al Amor Misericordioso de Jesús.
¡Arriba ese corazón! A comenzar de nuevo.
Gracias, Padre mío, por darme a tu Hijo Jesucristo como
pastor y guía de mi vida. No quiero tener otro ideal que alcanzar la santidad
para gozar plenamente de Ti por toda la eternidad. Confío en tu misericordia, y
en el auxilio de la gracia de tu Espíritu Santo, para purificarme y renovarme
en el amor.
P Clemente González | Fuente: Catholic.net
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