Los fariseos, orgullosos, tercos y fríos calculadores, perseveran inconmovibles en su incredulidad, a pesar de todas las explicaciones de Jesús. Y lo más triste es que están ciegos porque quieren estarlo, por su propia voluntad y por su dureza de corazón.
Los fariseos, no cambian de postura, se endurecen más y más. Ése es su pecado: la soberbia y la altanería. No son humildes y por eso no creen ni aceptan a Jesús. A esto llamaría Jesús "pecado contra el Espíritu Santo", o sea, de resistencia consciente a la gracia de Dios.
Ojalá que nunca nos pase a nosotros eso que les aconteció a los fariseos. Pidamos a nuestro Señor la gracia de ser profundamente humildes y sencillos de corazón, para creer en Él con una fe viva, para confesar y proclamar públicamente a Jesús, incluso a costa de burlas y de persecuciones que suframos en su nombre.
Adaptado de: Clemente González, Escándalo de los Fariseos. Catholic.net. 5-jul-2014
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