En estos días presencié como una joven ofendió gravemente a alguien que podría ser su madre. Qué triste percibir, cómo aquella mujer que recibía un regaño, bajó la cabeza en silencio y prefirió no decir más nada hasta terminada la reunión. En este punto no importó si ella estaba urgida o necesitada de algo. Esto me hizo recordar la típica escena del niñito que pide apurado el baño en el salón de clase y el profesor no lo deja ir solo porque no le da la gana.
Puede que en el esfuerzo por lograr una posición, las responsabilidades y nuestro empeño en ser justos, correctos y estrictos con nosotros mismos, nos alejen del amor, de la alegría, de la paciencia y la tolerancia, generando a nuestro alrededor, un circulo de rechazo a nuestra presencia, en los lugares donde más bien tendría que mostrarse nuestro liderazgo, nuestra guía, nuestra enseñanza y hasta nuestra ayuda.
Adaptado de Hernán Torres. La Dureza de Corazón
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